ENSEÑAR LA SEMANA SANTA
Después de publicar Algo se muere en el alma, la correspondencia innumerable de los lectores me ha sorprendido. Me ha sorprendido porque siempre soy muy consciente de lo difícil que es contar Sevilla. La razón parece estar, por lo que dicen, en que no hay una sola Sevilla, sino muchas, tantas como en cada uno de nosotros. Puede. Pero no me voy a enredar ahí. Ya es querer saber demasiado. Y ya es mucho sacar a flote la mía propia, como para descifrar encima la de los demás. Es otro enigma que sumar a los que de por sí tiene una ciudad enigmática por naturaleza. Así que me alegra cuando coincido en algo siquiera de Sevilla con tanta gente, cuando localizo por este diario a cientos de personas con las que me reúno a sentir lo mismo. Y me halagan al agradecerme que, como afirman, sepa decir lo que ellos llevan dentro y no saben sacar hacia afuera. Me dejan con la sensación de haberles provocado involuntariamente una terapia de desahogos y expresiones que les hubieran sido muy necesarios. Una de esas personas se llama Antonio Carroquino, y se las gasta así conmigo: Ole ole y ole. Qué bien escribes, Pepe, y qué bien entiendes Sevilla.
