A Raphael lo entiende su hijo
Raphael no ha sido nunca un cantante de rellenos, uno de esos grabadores de discos a costa de lo que sea, sometidos a los imperativos de una industria que impone -o imponía, mejor dicho- una periodicidad de producciones a la fuerza. Cada disco de Raphael estuvo cuidado hasta los extremos de lo impecable. Impecable por supuesto el apartado vocal, que abarca los casos en los que se incluyen coros, como en Aleluya del Silencio o Le llaman Jesús. Impecable en orquestaciones, auténticas sinfónicas al servicio de su prodigiosa voz, como en Somos. Impecable en respiraciones, porque si Raphael canta bien es porque igualmente respira bien, muy bien, con la caja torácica de un atleta, como si fuera un nadador de competición olímpica, al que la inmensa capacidad pulmonar le ha permitido un enorme juego de fuerza y suavidad en una tesitura que llega a alcanzar lo operístico, con el do de pecho incluido. Y desde luego Raphael ha sido impecable en sus canciones. A lo largo de su carrera, salvo algunas excepciones, Raphael está muy bien compuesto.
