Nuestra santa Navidad

En estas fechas navideñas, los cristianos conmemoramos el nacimiento del Niño Dios y los no creyentes celebran las fiestas laicas propias de estos días, mientras en todo el mundo muchas aldeas, pueblos y ciudades se exornan con belenes y abetos, inmersos en la alegre luminosidad de los adornos típicos de este tiempo. Todo invita al júbilo colectivo en unas fiestas cuya esencia es la Navidad, aunque los cristianos compartamos el ambiente festivo con todos, independientemente de sus creencias religiosas.

No les falta razón a quienes observan una excesiva secularización de las fiestas, hasta el punto de temer que su significación corra el riesgo de quedar desvirtuada, pero creo que nadie de buena voluntad lo pretende. Se trata de convivir en la común alegría, unidos por los deseos de paz entre los hombres y exaltando los lazos familiares y de amistad. Esos valores son tan importantes que por sí solos justificarían estas felices fiestas.

Pero lo cierto es que en Andalucía, y especialmente en Sevilla, las manifestaciones populares frenan la ola de laicismo y resaltan muy significativamente la razón fundamental de la celebración: hace más de dos milenios, quiso Dios hacerse Niño para nacer del vientre de la Virgen María y ser nuestro Salvador. Por ello se multiplican por doquier los belenes, incluidos los vivientes; las zambombas rememoran el prodigio del nacimiento y los coros de campanilleros hacen sonar por nuestras calles alegres villancicos.

Hay que convenir que en esta bendita tierra andaluza la llamada religiosidad popular se manifiesta abrumadoramente en las dosconmemoraciones fundamentales de la fe que profesamos, la Navidad y la Semana Santa, auténticos alfa y omega de nuestra redención. Es fundamental la vivencia por el pueblo de la fe cristiana, expresada en gestos, símbolos y tradiciones culturales, a través del sentimiento de la gente más allá del culto oficial.

Por fortuna, aquí se mantienen al alza el belenismo, la imaginería y otros muchos oficios tradicionales que coadyuvan decisivamente a esas celebraciones navideñas y pasionales. En tiempos de laicismo y mercantilización de las fiestas, es sumamente valiosa la expresión popular de nuestras creencias colectivas y el mantenimiento de su significado auténtico, primordialmente religioso. Andalucía y Sevilla saben conmemorar el nacimiento de Jesús, verdadera luz del mundo entre tantos discursos vacíos y luminarias artificiales.

Disfrutamos cada diciembre por los pueblos de esta Andalucía con los cánticos de los campanilleros en la madrugá; al igual que meses después lo haremos con el machadiano cantar del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz. Principio y fin de la fe cristiana, que en esta tierra se vive públicamente con especial intensidad y belleza.

En Sevilla se multiplican por las calles los coros de campanilleros y los belenes en muchos templos y conventos, e incluso en el arquillo del Ayuntamiento, lo que resalta muy significativamente la motivación religiosa de las fiestas. Los sevillanos deberíamos ser conscientes de ello y alegrarnos en cuanto creyentes, pues así podemos mostrar nuestra gran fiesta del invierno a todos los hombres de buena voluntad.

Sería bueno imbuirnos de tan gran misterio y mantener todo el año los buenos deseos que ahora compartimos. Procuremos transformar nuestras vidas para que en ellas sea siempre Navidad, pues solo ese espíritu individual de paz, bondad y amor puede lograr el cambio global hacia un mundo menos injusto y más solidario. El mensaje de felices fiestas no es suficiente. Desde esta tierra, en la que vivimos con espiritualidad y desbordante alegría la sacra tradición heredada, proclamemos una feliz y santa Navidad para todos.

JOSÉ JOAQUÍN GALLARDO ES ABOGADO