Quienes han tenido la dicha de encarnar a los Reyes Magos saben que esa impagable experiencia deja en el alma un cúmulo de sensaciones, vivencias y emociones que te acompañarán para siempre. Ser rey mago llena de un gozo inmenso que alcanza lo espiritual, si se aprovecha esa oportunidad en todo cuanto conlleva. Es ser por unas horas testigo privilegiado de la inconmensurable capacidad de ilusión de los seres humanos.

La ilusión que generan los tres sabios de Oriente no son una distorsión de la percepción, sino una manifestación de los mejores sentimientos. La llegada de los reyes provoca siempre el delirio en los pequeños, cuya ilusión y alegría desbordantes se contagian a los mayores para transformarse en sensaciones y emociones. La cabalgata transcurre convirtiendo constantemente la ilusión de los niños en la alegría de sus mayores, sea cual sea el escenario urbano y la grandiosidad o humildad del cortejo. Afortunadamente la tradición de recibir a los Reyes Magos en cabalgata se continúa mostrando repleta de vitalidad, como la gran fiesta de los niños españoles que es.

Quienes hemos personificado alguna vez a un rey sabemos lo excelso de esa representación, que para los creyentes trasciende en mucho de lo meramente lúdico. Si además ese impagable regalo se produce en la principal de las cabalgatas hispalenses, esa que desde 1918 viene organizando el Ateneo de Sevilla, entonces se logran cotas insuperables e inimaginable de vivencias, reflexiones, emociones, sensaciones y espiritualidad. La inmensa fortuna de ser rey mago en la cabalgata de Sevilla conlleva la enorme dicha de encarnar metafísicamente a uno de los tres sabios y venerables reyes que adoraron a Jesús. Por ello el Ateneo mantiene la ceremonia de entronizar una imagen del Niño Dios en una de las primeras carrozas de un cortejo que nunca podrá ser laico, porque los Reyes Magos forman parte de la más remota tradición cristiana.

Confieso, por feliz experiencia, que cuando en la tarde del cinco de enero esa cabalgata recorre las calles de Sevilla quienes representan a los reyes pierden su identidad y es la propia ciudad, ilusionada y rejuvenecida, la que se hace rey mago en cada uno de los tres tronos. El griterío feliz de la multitud te da fuerzas para no cesar ni un instante de arrojar caramelos a un lado y otro de la carroza, que a los alegres sones musicales de la banda avanza entre el gentío emocionado. Los ojos muy abiertos y las miradas ilusionadas de los niños te llegan al alma, al igual que las miradas ya curtidas y esperanzadas de los mayores. Es noche de miradas que lo dicen todo y enternecen los corazones de los reyes sabios.

Desde la considerable altura del trono comprendes que esos adultos que vociferan a Melchor, Gaspar y Baltasar en realidad están pidiendo ilusión y esperanza para todo el nuevo año, porque las precisan en un mundo tan necesitado de valores y principios. Como Rey Mago que ontológicamente eres sabes que debes pedirle a Dios todo lo mejor para esos niños y sus mayores: salud, amor, concordia, trabajo, justicia, igualdad, humanidad, libertad, ilusión y … esperanza, siempre mucha esperanza. Te gustaría poder arrojar puñados de todos esos dones, pero sólo tienes caramelos. Las miradas sorprendidas de los niños se te clavan gozosamente en el corazón, pues querrías inundarles de bondad para que les acompañe en sus vidas y de raudales de paz y justicia para el mundo que han de habitar.

Así se lo pedía a Dios el Rey Gaspar al que conocí hace ya muchos años, quien desde el trono vibraba en magnanimidad porque al aclamarle la ciudad toda le hacía ser por unas horas verdadero rey, sabio y bueno. Quienes adoraron a Jesús necesariamente han de pedirle lo mejor para todos los niños del mundo y los hombres de buena voluntad. Ese milagro se repite cada cinco de enero en esta Sevilla nuestra, bellísima como pocas ciudades del orbe, embriagadoramente hermosa, repleta de buenas personas y también de muchas necesidades. Los Reyes Magos rezan cada año por Sevilla al recorrer sus calles, llenas de miradas ilusionadas, colmadas de emociones desbordadas y necesitadas siempre de muchísima esperanza.

José Joaquín Gallardo es Abogado.