Francisco Gallardo, ganador Premio Ateneo de Sevilla de novela histórica.
Al final de su vida, Sarah Avenzoar nieta del famoso médico Abu Marwan Avenzoar y médico ella misma rememora su infancia en Sevilla, rodeada de tratados de poesía y medicina. Allí conoce a su abuelo, Abu Marwan, recién llegado del destierro, y al ilustre Averroes ante quien se hace merecedora de la iyaza, el permiso para atender y curar a mujeres y niños. Con el paso de los años Sarah se desplaza a Marrakech y ejerce la medicina en el harén del califa, donde se verá envuelta en las intrigas políticas entre almohades y almorávides, y en las no menos peligrosas intrigas de las mujeres del harén, algunos de cuyos secretos podrían acarrearle la muerte. Estos son el escenario y los personajes que se mueven en La última noche del escritor Francisco Gallardo, editada por Algaida, novela acerca de la cual pude conversar unos minutos con su autor hace unos días en el Lounge Bar del Hotel Astoria de Valencia, ciudad que visitó dentro de su gira de promoción.
Francisco, ¿el Premio Ateneo de Novela Histórica es de los que están otorgados de antemano o de los que no?
Tengo que decirte que yo me encontré con el premio. Empecé la novela sencillamente con la idea de escribirla. Luego tuve opción de presentarme y hasta que no me llamó el jurado no las tenía todas conmigo de que iba a ser premiado. Un premio como este siempre es importante porque ayuda a que la novela sea más visible. Es como un empujón.
¿Da subidón que a través de un premio unos colegas, que forman el jurado, certifiquen que tu novela es la mejor?
Creo que hay que tener los pies en la tierra y saber que hay muchos escritores que escriben bien. Conseguir el premio te indica que estás en la misma dinámica que otros autores. En mi caso, lo he recibido con mucho realismo. Creo que coincidieron una serie de circunstancias determinadas para que lo ganase.
Has sido jugador de baloncesto, ejerces la medicina deportiva y ahora escribes, ¿desde luego tú no te aburres en esta vida?
No, es verdad. En el baloncesto disfruté muchísimo, tanto cuando fui jugador como cuando estuve de médico en el club Caja San Fernando de Sevilla, mi ciudad. Luego trabajé también en el Centro de Alto rendimiento, que me permitió conocer a muchos deportistas de buen nivel. He tenido la suerte de palpar la realidad del deporte y ahora, en mi consulta, me dedico a eso que se llama deporte-salud.
¿Por qué decidiste dedicarte a la escritura?
Es una pregunta que me he hecho a mí mismo muchas veces porque, en cierto modo, escribir es complicarse un poco la vida. Yo soy lector. A mí lo que más me gusta es leer, pero hubo un momento en el que decidí escribir, que no publicar. Pero perdí el pudor, enseñé lo que había escrito a un editor y tuve la suerte de verlo publicado. A partir de ese momento quedé atrapado y ahora me siento mejor cuando estoy escribiendo que cuando no lo hago. Es casi terapéutico. Lo que venga después no me preocupa porque cuando paso consulta me siento desarrollado en mi profesión, que es la medicina.
A la hora de escribir La última noche escogiste el registro histórico.
Durante veinticinco años estudié la medicina de al-Andalus. Podríamos decir de alguna manera que ya tenía el tono del libro. Me interesaba contar la historia de los Avenzoar, una saga de médicos compuesta por seis generaciones que sirvieron a los califas almohades, y trasladar a un registro novelesco todo lo que yo, de manera más académica, había descubierto. Sólo quería escribir una novela que se ha convertido en histórica por su temática, teniendo presente que este género, en mi opinión, presenta muchos matices.
¿Qué fue primero: la idea de contar la vida de una mujer dedicada a la medicina o la de retratar al-Andalus en un momento histórico concreto?
Las dos cosas. Precisamente eso es lo que he intentando combinar en la novela. La memoria de Sarah Benzoah y su visión como mujer musulmana del siglo XII, que vivió entre Sevilla y Maraketch y que fue médico de mujeres y niños. Y también me apetecía enormemente describir cómo era la medicina árabe, un asunto que a mí siempre me ha atraído mucho.
En contra de lo que suele ser habitual, esta novela está vista desde el otro lado, desde el bando musulmán.
Sí, es cierto, la mayoría de las novelas están vistas desde el otro lado del espejo y esta se ubica en el contrario. Pero también es una novela de ida y vuelta, como la relación que existe entre Sevilla y Marrakech, ciudades construidas por los mismos albañiles, arquitectos y soldados. Me resultaba muy interesante que ambas ciudades hubieran tenido un momento histórico con un destino común.
En esta novela y en la anterior, El rock de la calle Feria, Sevilla está muy presente, ¿es la capital andaluza la protagonista subliminal de tus novelas?
No necesariamente. En estas dos últimas novelas Sevilla sí tiene un innegable protagonismo, pero en la que estoy escribiendo actualmente ocupa un lugar muy marginal.
Después de tanto tiempo acumulando documentación, el volumen de información que has manejado ha debido ser importante, ¿has tenido presente que semejante caudal podía asustar al lector?
Totalmente, lo he tenido muy en cuenta porque no quería abrumar al lector. Disponía de información curiosa y muy valiosa, especialmente de recetas, algo que podía sobrecargar la novela. Por tanto, era preciso dosificar todo ese material en la cantidad necesaria para atraer, no para aburrir.
¿La visión que aporta Sarah es la de la época o está contaminada por nuestra concepción contemporánea?
Totalmente de la época. Descubrir el tono de la protagonista me llevó varios meses de trabajo, hasta que logré encontrar el hilo del que había que tirar. Creo que precisamente ese era el reto de esta novela, comprender su realidad, la realidad de una mujer de la que la Historia no ha hablado. De los varones poseemos datos muy claros, pero de ella y de su madre sólo sabemos que existieron y que eran hija y nieta de Avenzoar. Por eso he tratado de cubrir con la ficción esa laguna de conocimiento.
¿Era frecuente que existieran mujeres como Sarah en el siglo XII?
Sí, en aquella época había mujeres curanderas en los arrabales de las medinas, que aplicaban remedios populares muy antiguos y que atendían a la plebe. También hubo mujeres nobles que, gracias a su posición, pudieron estudiar medicina y aplicarla a mujeres y niños.
Llama la atención que el tratado médico que lee la protagonista también esté escrito por otra mujer: Trótula de Salerno.
Este libro se puede leer actualmente, porque ha sido traducido. Su contenido es eminentemente médico y sorprende que en el siglo XII existiera un tratado con tal caudal de conocimientos ginecológicos. Su autoría se atribuye a Trótula de Salerno, pero hay quien afirma que fue escrito por varios autores.
Dicen que la novela histórica ha de ser contada en pasado y en tercera persona, tú aquí rompes esa norma anónima y narras en primera.
La verdad es que me lo pensé mucho. Quizá podía fluir más en tercera persona, pero yo quería reducir la distancia entre la narración y el lector para que la novela resultase con más alma, más próxima, más íntima. Como ya he dicho antes, considero que la novela histórica es un epígrafe bajo el que caben muchas cosas. El ejemplo más claro es el libro Memorias de Adriano de Margarita Yourcenar.
¿Los diálogos los has adecuado a lo que tú querías contar o has respetado, digamos, la realidad de los documentos antiguos que has estudiado?
Las dos cosas. Tuve especial cuidado en que existiera eso que llamamos verosimilitud. Sería inviable leer una novela con un lenguaje de la época. Pero sí que he buscado, sin manipulaciones, reflejar las preocupaciones y visiones tal y como las debió percibir una mujer como Sarah, luchadora, vitalista y con mucha ansia de conocimiento. Ella era diferente, peculiar, una adelantada a su época. Ha sido la propia Sarah la que me ha llevado a mí.
Los personajes de la novela habitan un mundo ignorantes de que va a desaparecer, una información que el lector sí posee.
Eso es cierto y soy consciente de ello. La novela se desarrolla en el apogeo del imperio almohade, que más tarde se derrumbará. Se vivía muy bien tras vencer en la batalla de Alarcos, parecía que el poderío almohade era indestructible. Pero luego no ocurrió así. Sarah, que vivió todo este apogeo, parece que fue la única que intuyó el desastre final.
La última: en La última noche hablas de palabras vivas y de palabras muertas.
Al hablar de palabras vivas he jugado con la tradición oral de la literatura. En el fondo quería brindar un modesto homenaje a la narrativa árabe contemporánea, siempre oscilante entre la oralidad y la palabra escrita. Aún creo en la musicalidad de las palabras, algo que la literatura occidental ha perdido un poco para centrarse más en las historias que encierran los libro, y que las letras árabes todavía conservan.