Ductilidad y calidez. Naturalidad. Y, si me permiten ser así de claro, nombrar valores que hoy no están en alza en la estima pública, pero que son parte de nuestro ideal femenino y humano, dulzura y bondad. Deseo que eso sea lo que usted va buscando al adquirir esta obra porque eso es lo que usted encontrará en ella. Porque eso es Rocío Márquez. Hay algunas verdades, de a puño, que hay que gritar a los cuatro vientos. Y hay otras que se imponen sencillamente por su mera presencia. Rocío Márquez pertenece a esta segunda categoría. Ante todo, Rocío es verdad.
El flamenco conquistó, y sigue conquistando, a millones de seres humanos, en todas las latitudes, precisamente por su cualidad de arte inmediato, natural. En otro tiempo ésta fue la característica más reconocible de nuestro arte de mediodía. Hoy, acostumbrados a los simulacros de autenticidad, a los artefactos artísticos, nuestro cante, baile y toque jondos han entrado también en ese juego. Nuestro flamenco ha sido siempre un reflejo de la sociedad que nos ha tocado vivir y es por ello que hoy se ha hecho sofisticado, frío, conceptual,duro, retórico, fragmentario y exhibicionista. Barroco. Cínico. Pero hay un ramillete de jóvenes intérpretes que se mantienen fieles a la esencia de inmediatez de lo jondo. Rocío Márquez es una de las más destacadas de esta nueva hornada de jóvenes intérpretes de la que hablo. Su mejor tarjeta de presentación es ella misma. Su calidez, su voz diáfana, privilegio de la naturaleza y del esfuerzo cotidiano. Su presencia, su manera intuitiva de convertir el escenario en un ecosistema equilibrado donde lo que el artista propone se convierte, nada menos, que en alimento espiritual para el que la escucha y la contempla.
Estas premisas de naturalidad, versatilidad e inmediatez emocional han sido las directrices de esta obra. De ahí que se trate de un registro en vivo. Voz e imagen de una noche. No estamos frente a un artefacto sonoro de estudio. No es una obra premeditada, de relojería. Es un trozo de tiempo. Las nuevas tecnologías, la máquina, no figura aquí como odioso tirano del corazón sino que se presenta como hija de la naturaleza y a su servicio.
Lo que tiene en sus manos es un pedazo de verdad. Una vida arrancada a la vida que ya forma parte de la historia. De nuestra historia, grande o pequeña, de la historia de aquellos que la vivimos y, reviviéndola, compartimos con Rocío esa necesidad de mirarnos en nosotros mismos, de sabernos tan naturales como sólo una profunda civilización puede serlo. Juan Vergillos
