Rajoy está viejo, cada vez más viejo. Se le nota sobre todo cuando en los foros más familiares del Partido Popular, comparece sin el realce de la chaqueta y la corbata. Descuelga el cuello y lo lleva a juego con las ojeras. La barba es cada día más blanquecina. A este paso, podría estar listo en Navidad para disfrazarse de Papá Noel. Total: es un experto en hacer regalitos.
Que la política desgasta físicamente es ya una verdad harto demostrada. Todos hemos visto el deterioro notable que, al cabo de sus mandatos, experimentaron los rostros de Suárez, Felipe González o Aznar. Podían haber formado parte de cualquier cuaderno de cábalas para averiguar las diferencias de sus caras entre el principio y el final. La política es como el anuncio al revés de un centro de estética, que te pone dos fotos de alguien antes y después de su barriga o su papada. Sin embargo, en el ejercicio del poder parece que la publicidad te dijera: así estaba de bien cuando llegó y así ha acabado de mal cuando se va, con ese tratamiento de belleza a la inversa que es gobernar. Empiezan siendo candidatos esbeltos y flamantes, pero terminan de presidentes agotados y decadentes.
De todos modos, una de las cosas que más cansa en esta vida es disimular y, en eso precisamente, Rajoy no para. Las cuentas no le salen y esto no se arregla. Se ve venir las urnas y vende humo. Pero incluso tiene ya en contra a millones de votantes del PP que en la calle, en la vida pura y dura de cada día, saben de congelación de sueldos, de subidas del IBI, de la luz, del agua, de los combustibles, de uniformes de colegio, de libros de texto, de tasas de todo tipo, de impuestos desmedidos como robos con guante blanco, de gravámenes voraces de toda clase de fiscalidad con hambriento afán recaudatorio
La economía es para los contribuyentes un largo calvario de puntos suspensivos que desembocan en la subsistencia. Y encima Mas, con mayúscula, como si un apellido catalán añadiera a la difícil operación diaria de Rajoy, el sumando cuantiosamente difícil de una consulta soberanista. Con este panorama no es que se envejezca prematuramente, es que te ponen un pie en la tumba política.